Miren ustedes por dónde que a esta firmante – tras visionar la película que nos ocupa y para contextualizarla a la hora de escribir su crítica – se le ocurrió indagar más sobre la COPEL, siglas de la Coordinadora de Presos en Lucha, por ser un hilo conductor del relato de ‘Modelo 77’, pues gracias a ella los prisioneros comunes, también llamados sociales, se organizaron por sus derechos y por la amnistía durante los años oscuros del llamado tardofranquismo o franquismo sin Franco, previos a la llamada Transición.
Y esa búsqueda la llevó a un excelente documental – fechado en 2017, pero cuya realización llevó nada menos que 12 años, ‘COPEL: Una historia de rebeldía y dignidad’, que puede verse gratuitamente en youtube, no se lo pierdan – en el que los guionistas, realizadores y protagonistas fueron miembros de esta organización.
Una organización que definen como «horizontal y asamblearia por la que tomamos la palabra quienes nunca la habíamos tenido, consiguiendo poner en un brete al Estado durante más de dos años y sacando a la luz la injusticia e inhumanidad fundamental de la máquina social punitiva»
Quien esto firma está convencida de que, tanto Alberto Rodríguez como su coguionista habitual Rafael Cobos, han bebido de él como una de las fuentes de investigación para esta propuesta. Porque este thriller político y drama carcelario ambientado en ese periodo – el relato fílmico comienza en febrero del 76 y termina en el verano del 78 – en el que estuvo activa la Coordinadora…
… Está protagonizado por un joven contable, Manuel – un espléndido Miguel Herrán, de nuevo carne de Goya – que da con sus huesos en la cárcel Modelo de Barcelona enfrentándose a una pena desproporcionada en relación a la cuantía de su delito.
Allí conoce a un lector empedernido y hombre singular, su compañero de celda, Pino – un espléndido Javier Gutiérrez, de nuevo carne de Goya – y a un andaluz de brillante ingenio y buen corazón, El Negro – un espléndido Jesús Carroza, habitual del realizador, de nuevo carne de Goya – y a otros presidiarios que comparten con ellos infortunio como un solvente – pese a su personaje al límite del estereotipo – Fernando Tejero, un conmovedor Xavi Sáez, como Boni o el villano sin paliativos de Javier Lago Como Domingo. De todos va a hablarse mucho en los Goya.
Y todos ellos compartiendo el infierno de una condena debida, en la mayor parte de los casos, como ocurrió en la realidad, a su condición de marginados del sistema y a la infausta Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social que sustituyó, en 1970, a la de Vagos y Maleantes, que penalizaba la pobreza, la exclusión social, que les llevaba a delinquir o a trapichear, y también la homosexualidad.
Ante este estado de cosas y en un ambiente social que clamaba por la amnistía – que se fue dando muy cicateramente tan sólo a quienes estaban a punto de finalizar sus condenas o luego a los presos políticos – en diciembre de 1976 se creó la COPEL que les unió, aprendiendo a compartirlo todo de forma solidaria y horizontal.
Primero con panfletos, asambleas en los talleres, interponiendo denuncias y reclamaciones. Luego, ante el desprecio y la represión brutal – las vejaciones, torturas y hasta asesinatos tan terribles como el lacerante de Agustín Rueda, estaban a la orden del día, junto a las celdas de aislamiento y traslados a centros aún más siniestros – con motines, huelgas de hambre, autolesiones que les conducen a la enfermería, incendios, escaladas hasta el techo del edificio para desplegar sus pancartas de libertad y…
Alberto Rodríguez narra todo esto y mucho más en su vibrante estilo habitual. Con una puesta en escena y una planificación potentes y electrizantes, dota de épica, humor y una crítica demoledora al establishmente fascista que se cebaba en los privados de libertad, a esta rebelión tan justa, tan necesaria y tan amargamente derrotada.
Es un thriller político justo, basado en hechos reales, se reitera aunque los personajes sean de ficción, relevante y necesaria crónica negra de un tiempo y de un país, cuya garra y solidez narrativas no se mantienen hasta el final. Porque, a juicio de esta firmante, se desinfla, dispersa y le sobra metraje en su último tramo.
E igualmente le sobra el romance. Porque el personaje de la chica, más bien insulso, podría haber tenido otra proyección. Como la que tuvo la AFAPE, Asociación de Familiares y Amigos de los Presos. O el desdén con el que despacha el final de la COPEL, propiciado por circunstancias, que sería muy largo reseñar, nada imputables a la coordinadora. Es igualmente injusta con los abogad@s, que fueron muy entregados y generosos y no unos vendidos al sistema, como se ejemplifica aquí en uno de ellos.
125 minutos de, como se ha escrito antes, en su mayor parte absorbente metraje. Un guion también, con las reservas anteriormente expuestas, dotado de la solvencia marca de sus autores. La espléndida fotografía es del enorme Álex Catalán y la banda sonora, no menos notable, la firma Julio de la Rosa. Equipo habitual del director que hace posible una factura impecable y espectacular.
Es una de las elegidas para debatir en la sesión de apertura del curso y de la décima temporada de nuestra tertulia de cine Luis Casal Pereyra del miércoles, 5 de octubre, a las 19.30, en Casa del Libro Velázquez. VÉANLA CUANTO ANTES.
Por sus muchos valores ya consignados, no se la pierdan.