A la memoria de Vulcano, Toro de la Vega 2013, y esperemos que el último. A la de las víctimas que le precedieron. Contra cualquier triunfalismo. Contra la barbarie. Contra todo aquello que nos envilece como país.
El madrileño Daniel Sánchez Arévalo, guionista, productor y realizador, de la cosecha del 70, tuvo un celebrado y premiado debut fílmico con ‘AzulOscuroCasiNegro’, con la que obtuvo numerosos reconocimientos. Entre ellos, tres Premios Goya, y el ser destacado por la crítica como un cineasta a seguir. Luego vinieron los traspiés de las irregulares ‘Gordos’ y su estreno en la comedia, ‘Primos’. Hasta la que ahora nos ocupa, una de las cuatro cintas preseleccionadas por nuestra Academia para optar a la candidatura de Mejor Película de Habla No Inglesa en los Oscar.
La historia sigue a cinco hermanos varones hijos de un hombre, entusiasta fan de ‘Siete novias para siete hermanos’. Ellos, como sus modelos cinematográficos, tienen nombres bíblicos y en orden alfabético. Todos se reúnen en torno a la boda del menor que tiene lugar en plena final del Mundial de Fútbol de Sudáfrica, en el que la selección española se jugó el campeonato. El novio, algo confuso sentimentalmente. Dos de ellos, rivales por el amor de una mujer. Los otros dos, peculiares y lentos. Y la hija de uno de ellos, una niña muy despierta. La novia, la hermana, la chica, la madre con una ausencia muy presente, un secreto desvelado…
Con estos mimbres argumentales, el director se atreve – es arriesgado, para lo mejor y para lo peor, esto es algo incuestionable – con una mezcla de estilos y géneros, entre los que no acaba de encontrar el tono. Una amalgama de comedia romántica, indie, surrealista, agridulce, coral y, desde luego, a su bizarra y atípica manera – y mal que le pese – costumbrista. Una amalgama no siempre afortunada en la que, junto a destellos brillantes, tiene situaciones y diálogos sonrojantes. En general, está pobremente dialogada. Tiene un guión, que él mismo firma, enrevesado y nada complejo en el que, buscando la singularidad, se topa de bruces con los lugares comunes.
Con unos referentes cinéfilos y mitómanos fácilmente reconocibles, a los que ha querido dar la vuelta entre el homenaje y la ironía, pero incurriendo en el quiero y no puedo. Irregular en su desarrollo, en su ritmo y en su puesta en escena. Le falta corrosividad y le sobra nostalgia. Incluso en el tratamiento de los personajes y sus interrelaciones, y el reparto intenta dar lo mejor de sí mismo… , promete más que cumple. Sugiere y no muestra. El buenrollismo excéntrico campa por sus respetos, con el fútbol y la familia como telón de fondo, más que como metáforas. La crítica la ha celebrado, en general, aunque con cierta división de opiniones. Quien esto firma, no se siente, en este siniestro 17 de septiembre, ni siquiera parte de la gran familia de este país. Así, que les deja la pelota en sus tejados.