Esta producción israelí, de 96 minutos de duración, dirigida y presumiblemente escrita por Emil Ben-Shimon, de la que solo consta – y se ha consultado más de una ficha técnica… – que su fotografía se debe a Ziv Berkovich, relata la historia, en clave de comedia dramática, por definirla de alguna manera…, del balcón de una sinagoga de una pequeña comunidad judía en Jerusalén y espacio reservado a las mujeres en ella, que se desmorona y provoca un conflicto entre las afectadas, sus cónyuges y varones del resto del pueblo, así como con el nuevo y ultraortodoxo rabino que sustituye al titular enfermo.
Fundamentalmente amable, bienintencionada y costumbrista, desaprovecha lastimosamente una oportunidad de oro para la crítica de la misoginia recalcitrante de una religión tanto en sus versiones «abiertas» como integristas.
En efecto, los personajes femeninos pretenden ser fuertes y reivindicativos. Pero no lo son, en absoluto. Solo reclaman «su» balcón, esa parcelita de espacio segregado en el templo, que los varones, que sí detentan un poder que ellas no cuestionan, le han asignado. Y, además, son casamenteras y, a efectos conyugales, parecen vivir en el mejor de los mundos. El enemigo parece ser únicamente el rabino fundamentalista. Aunque también lo sea, a todos los efectos.
En fin, una mirada masculina paternalista, mixtificadora y complaciente sobre unas devotas creyentes que, al parecer, no tienen nada por lo que rebelarse sobre su forma de vida, ni sobre los dictados de su credo religioso, ni sobre la posición que ocupan en él.
Alguien anónimo escribió, hace muchos siglos, que «el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones». Quien esto firma, añade que las mejores intenciones pueden llevar aparejadas cinematográficamente también los peores resultados.
Ustedes mism@s.