‘La casa torcida’: Ínfulas

Quien esto firma tenía, de entrada, una predisposición receptiva ante esta película pues su admirada Agatha Christie no ha sido nada mal adaptada al cine. Al menos, sin pretensiones de exhaustividad, en lo que se refiere a títulos como ‘Diez negritos’, de René Clair (1945), ‘Testigo de cargo’, de Billy Wilder (1957), la serie de George Pollock sobre Miss Marple en los años 60 o las dos versiones del ‘Asesinato en el Orient Express’, de Sidney Lumet (1974) y de Kenneth Branagh (2017), entre un largo etcétera.

Dados estos precedentes, aún siendo las comparaciones odiosas, pensaba que  iba a encontrarse, como mínimo, con una propuesta resultona, comercial pero digna y entretenida, elegante y eficiente dados su equipo técnico y artístico. Pero no.

No porque esta producción británica fechada en 2017, de 115 minutos de metraje, dirigida por el francés Gilles Paquet-Brenner, cosecha del 74, escrita por Julian Fellowes, fotografiada por Sebastian Wintero y con una banda sonora que firma Hugo de Chaire, pese a tener una factura impecable, algo obvio, patina lamentablemente tanto en la puesta en escena – ampulosa, hueca y vacía de contenido – como en el tratamiento de la historia.

Una historia atractiva – ambientada en los años 50 de la Guerra Fría, del espionaje y del anticomunismo – centrada en una familia tan torcida y perversa como la fastuosa mansión que habitan en la que el patriarca, de origen griego, es asesinado y su nieta favorita pide ayuda a un joven detective. con el que mantuvo un romance meses atrás, para aclarar los hechos. Porque lo inquietante es que el-la culpable es un@ de ell@s y que habrá más víctimas…

Contando con el hándicap de que ni Poirot, ni Miss Marple, protagonizan el relato, sino un investigador anónimo, el realizador podía haber jugado a fondo la baza del país, el escenario político y la crítica a una clase social, además del retrato de personajes, enriqueciendo la historia sin traicionar su trama. Hace un débil intento, fracasando estrepitosamente.

Llena de pretensiones, ínfulas, diálogos – vista en vose – y subrayados, supuestamente irónicos e inteligentes, resulta, por el contrario, un fiasco en su retrato, involuntariamente caricaturesco de un ambiente y de un paisanaje.

Incluso el reparto, mal dirigido y sobreactuado, acusa este despropósito. Max Irons está imposible y de momento no parece que haya heredado el talento de sus progenitores, Jeremy Irons y Sinead Cusack, a la que tanto se parece, ni mucho menos el del abuelo Cyril. Se salvan la prestancia de Terence Stamp. la fuerza de Glenn Close, la corrección de Julian Sands y, sobre todo, la carismática Honor Kneafsey.

En fin… Ustedes mism@s.

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