‘El orden divino’: La plena ciudadanía

Año de gracia de 1971.  En los tiempos de la eclosión hippie, de los Movimientos por los Derechos Civiles, de la revolución sexual, de los Panteras Negras, de la liberación de las mujeres, de los Festivales de música más icónicos del mundo y sus mític@s intérpretes, de las revueltas estudiantiles contra una guerra injusta, de la filosofía, también política, de las flores, la paz y el amor… las ciudadanas suizas aún no han conseguido el voto. O lo que es lo mismo, aún no  son consideradas por la ley como sujetos de derecho con todas las consecuencias.

En un pueblo rural y pequeño de ese país, ajeno a tales acontecimientos, vive Nora -otro guiño significativo, como el nombre de la homónima y mítica protagonista de ‘Casa de muñecas’, de Henrik Ibsen – que ha dejado de lado cualquier inquietud personal para centrarse en el cuidado de su cónyuge, su suegro y sus dos hijos varones. Al comunicarle el marido su ascenso y ella que quiere trabajar a tiempo parcial, él se niega, con el orden jurídico y divino de su parte. Es entonces cuando, apoyada por algunas vecinas, familiares y amigas, se planteará abanderar allí la causa sufragista, por tanto, feminista con todas las consecuencias.

96 minutos de metraje. Fechada en 2017. Escrita y dirigida por Petra Biondina Volpe. Su estupenda fotografía, que revela muy bien la textura de la época, es de una mujer, Judith Kaufmann y su banda sonora, de la que se puede decir otro tanto, de otra, Annette Focks. Entre sus reconocimientos están el Premio del Público, el Nora Ephron para su realizadora y el de la Mejor Actriz para la excelente Marie Leuenberger, en el Festival de Tribeca.

Estamos ante una comedia dramática coral, con una puesta en escena y narrativa convencionales, con toques costumbristas, y sin ningún aliento épico o radical. Esto por delante. Pero tiene el enorme valor de reivindicar la memoria histórica de esas sufragistas contemporáneas desde su lucha en lo cotidiano, en sus parejas, en sus hogares, con sus hij@s y desde un entorno tan cerrado y claustrofóbico como ferozmente machista.

Pero tiene el enorme valor de resaltar su fuerza, su generosidad, su empatía, la sororidad tan cálida que se establece entre ellas y su determinación e incluso en algunos casos, sus contradicciones e ingenuidades. Porque, pese a su tónica amable y con encanto, no deja de tener las aristas más duras frente a las desproporcionadas reacciones – maltrato, vejaciones, insultos y violencia físicas y psicológicas – de unos hombres que son capaces de cualquier cosa por conservar su poder. Por preservar el mito del citado orden divino, al que hace alusión el título, por el que cada sexo debe ocupar un lugar inmutable en el mundo.

Porque es didáctica en el mejor de los sentidos posibles, autoconocimiento corporal y sexual de las protagonistas incluidos, tiene toques de humor y ofrece resoluciones diversas a esas huelguistas que combatieron por la plena ciudadanía y sus derechos fundamentales. Gracias a ellas estamos aquí.

Véanla.

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