¿Cuántas víctimas hay en esta historia, aparte de la principal e inapelable, un niño inocente ferozmente asesinado quince años antes en Escocia ? Son varias, a saber: La madre – una empática enfermera, cuya herida es incurable – determinada a conocer la identidad del culpable – que era menor entonces y que, por serlo, el Estado la ha protegido y dotado de una nueva personalidad -que ya tiene un sospechoso, al que indirectamente señala. El presunto autor, felizmente casado, conductor de autobús querido en su empresa y padre de una niña, que se ve señalado, atacado y con su vida devastada.
Un policía, al que el caso toca muy personalmente, decidido, contra viento y marea, a procesar a la madre por los daños inferidos al presunto autor citado. Tan justiciero como ella, pero en el sentido opuesto y víctima también como la mujer de su propia obcecación. El ex marido de la protagonista, que está en prisión y que se ve envuelto igualmente en una dolorosa espiral. El cónyuge actual, la hija del primero y el hijo menor en común a los que esta situación les provoca importantes daños colaterales.
Pero también hay culpables: la madre es juzgada por presunta inducción al asesinato y por destrozar a un hombre. El policía, que se ve moralmente en entredicho por su encarnizamiento y falta de empatía hacia ella. El novio de la hija, que oculta más de un secreto. El hombre cuestionado que deberá demostrar, aunque no se le juzgue y él sea el acusador, que no es el monstruo que pretenden que es…
En cuatro episodios de una hora de duración, esta serie británica producida por Independent Television y BBC One – que puede, y debe, verse en la plataforma Filmin, creada por Rob Williams, quien también escribe su guion y la dirige junto a Niall McCormick, de factura impecable cuya excelente fotografía se debe a Jan Jonaeus y su no menos ajustada banda sonora a Samuel Sim – nos enfrenta a un sólido drama familiar y judicial, al tiempo que impecable thriller, en el que los elementos citados están presentes.
Un drama demoledor el que se intercambian, y coexisten, los roles de víctimas y culpables. En el que nada es simplista y el desarrollo del relato, y de sus personajes, que nunca son de una sola pieza, son tan desgarradores y lacerantes como complejos.
En el que se plantean tantos interrogantes como respuestas. En el que la legalidad, la justicia, el duelo, la venganza, la aceptación y un cara a cara abismal son elementos que nos remiten a grandes temas morales y éticos. En el que cada acto, del pasado y del presente, tiene sus consecuencias.
Todo ello servido por un reparto en estado de gracia en el que destacar a Kelly McDonald, sobre todo. Pero también a James Harkness y John Hannah.
Ni se les ocurra perdérsela.