Este que nos ocupa, es el noveno largometraje y la última propuesta fílmica de Hirokazu Kore- eda -Tokio, cosecha del 62 -, Premio Especial del Jurado en el último Festival de Cannes. Realizador más que reconocido del que hemos visto, entre otras, la prodigiosa, ‘Nadie sabe’ (2004) y la notable ‘Still walking’ (2008). En ella vuelve a una de sus temáticas preferidas, las relaciones familiares y la posición de l@s niñ@s en ellas, su indefensión ante las arbitrariedades del mundo adulto y su lealtad hacia progenitores que no siempre están a la altura…
La historia sigue a un arquitecto solvente, ambicioso y perfeccionista que, con su esposa y su hijo de seis años, lleva una vida aparentemente feliz. Pero todo se desmoronará como un castillo de naipes cuando reciba una llamada del hospital donde nació el niño, con la perturbadora revelación, de que su bebé biológico no es con el que conviven, sino que fue intercambiado con otro al nacer.
A partir de este momento, se activan los protocolos y ambas familias se ponen en contacto para conocerse entre ellas y a sus respectivos hijos. Son de procedencia, extracción y estilos de vida radicalmente distintos. Así que los chicos tendrán que convivir en ambientes y con personas desconocidas e ir integrándose como puedan a la nueva situación. Asi que padres y madres deberán compartirles…
El realizador nos muestra, con una puesta en escena elegante, sutil y precisa, estos intercambios y forzadas intimidades entre personas tan contrapuestas. Así nos permite reflexionar sobre los imperativos de los lazos de sangre frente a los vínculos afectivos, especialmente dentro de una cultura como la japonesa, que es la suya propia. Porque, y pese a sus postulados más que universales, la cinta en su desarrollo del relato, su tratamiento y su resolución, es inequívocamente oriental y más que lejana – si bien que, paradójicamente, tan próxima – a los referentes occidentales.
Y lo es sobre los protocolos en la expresión de las emociones, tan reverenciales y aparentemente distantes. Y lo es en la terrible, contundente, subordinación de las mujeres – en este caso, de la esposa del profesional de éxito – en una sociedad tan avanzada industrial y tecnológicamente. Y lo es en su trato a los menores, para bien y para mal. Y lo es en su respeto a las formas, en su extremada cortesía, en sus inhibiciones sentimentales.
Pero también es tan cercana, tan sabia y tan lúcida su visión de los dos hombres, de dos modelos masculinos y parentales tan radicalmente distintos. Y en el contraste de las clases, hogares y ambientes en los que ambos se desenvuelven. Como en la de dos personajes femeninos tan diferentes, pero tan unidos en sus coherencias afectivas.
Y, sobre todo, en la visión de sus mayores, y especialmente de aquel a quien creía su progenitor biológico, del adorable Keita. Su asombro, su mirada, su tristeza, su alegría, su estupor… lo dicen todo y expresan, con obediente y silencioso respeto, sus emociones más profundas. En agudo contraste, otro más…, con la irresistible libertad y espontaneidad que pueden permitirse y son alentadas en sus sobrevenidos hermanos.
El reparto sirve a la historia a la perfección. Estamos ante una obra excelente, conmovedora, crítica, dura y tan compleja de sugerencias y matices que nadie, nadie debería perderse. Es una de las cintas que debatiremos en nuestra próxima tertulia de cine del miércoles, ocho de enero. Corran a verla.