Aunque parezca paradójico, y lo sea, no hay muchas películas sobre la esclavitud rodadas en Estados Unidos. Aunque parezca paradójico, y lo sea, han coincidido en los últimos meses tres cintas, muy diferentes entre sí, con este tema. A saber, ‘Lincoln’, de Steven Spielberg; ‘Django desencadenado’, de Quentin Tarantino y esta que nos ocupa, ’12 años de esclavitud‘, de Steve McQueen.
Aunque parezca paradójico, y lo sea, un ciudadano extranjero de color ha puesto el dedo en la llaga de la crudeza – sin épica, ni lírica, sin mixtificaciones, ni concesión alguna´-. padecida por su raza, que lleva aparejada la perversión intrínseca de la propiedad de un ser humano sobre otro. De la crueldad, de los abusos, de las torturas, de la inicua explotación que sufrían por parte de sus amos.
De las devastadoras consecuencias de la forzada renuncia de las víctimas a la propia identidad, a la propia cultura, a la esperanza, a la rebelión, a la propia voluntad, al propio cuerpo, a las propias emociones, a los propios deseos, a los vínculos familiares y afectivos, a cualquier derecho elemental. A todo lo que supone el estatus de personas.
Y estar expuest@s, por contra, a la crueldad más terrible, a las violencia de todo tipo – en las mujeres, además, a las agresiones sexuales, a las violaciones y al derecho de pernada -, a las represalias más feroces, a cualquier arbitrariedad, al trabajo exhaustivo y a los castigos corporales a golpes de látigo. A las traiciones, a los engaños, a las vejaciones y a las cobardías de unos dueños más o menos inicuos, pero nunca buenos.
Steve McQueen – Londres, cosecha del 69, firmante también de las notables ‘Hunger’ y ‘Shame’ – ha puesto en imágenes la historia, de un músico afroamericano libre y culto, Solomon Northup, residente en Nueva York quien, en 1841, durante un viaje a Washington, fue engañado, secuestrado y vendido como esclavo en el profundo sur. Una vez liberado, escribió el relato de esos doce años infernales.
El realizador ha hecho justicia a esta lacerante narración con una puesta en escena implacable en la que no se permite, ni nos permite, un respiro en el catálogo de los horrores mostrados. En la que documenta esta crónica universal de la infamia con exhaustividad en sus 136 minutos de metraje, sin subrayado alguno, ni autocomplacencias sentimentales o heroicas. Antes al contrario, a menudo con sonido ambiental – que no directo -, ello pese a la excelente banda sonora de Hans Zimmer, y planos fijos en algunas escenas difícilmente soportables. Pese a la lamentable circunstancia de proyectarse doblada, se han respetado las canciones de l@s esclav@s en sus versiones originales subtituladas.
Esta cinta tan dura, honesta y valiente va directa al Oscar. Ya ha sido nominada a todos los galardones previos, sancionada por las asociaciones de críticos que han reconocido su incuestionable calidad y a un reparto en estado de gracia en el que destacamos a Chiwetel Ejiofor, Michael Fassbender y Lupita Nyong´o, pero también a Benedict Cumberbacht o Paul Giamatti. O… Tod@s. Y el guión de John Ridley y el propio McQueen. Y la fotografía de Sean Bobbitt, y…
Con una lectura histórica y política, tan contemporánea, de denuncia del racismo y la intolerancia, de esta y cualquier otra forma que la esclavitud adopta a lo largo de los siglos, su visión es obligatoria para l@s amantes del cine más comprometido y consecuente. Para aquell@s que se sumerjan en sus tinieblas, en la peor versión de una raza y de la condición humana, el premio será una obra mayor que hace saltar en pedazos los edulcorados y reaccionarios mitos sureños de Escarlata O’Hara y el Tío Tom.