Archivo diario: diciembre 26, 2013

‘Nymphomaniac. Volumen I’: Las edades de Joe

Lars von Trier – Copenhague, cosecha del 56 – es un guionista y realizador bien conocido, fundador del llamado Movimiento Dogma – junto al también cineasta, Thomas Vinterberg, en 1995 – cuya filmografía provocadora e irreverente, ha sido tan aclamada como denostada. Es obvio que ya es un cineasta consagrado, con una Palma de Oro en su haber, y que, sin renegar de sus orígenes, – o no del todo, al menos – se ha convertido, posiblemente pese a sí mismo,  en un autor de cabecera para la cinefilia universal.

Quien esto firma reconoce simultáneamente una atracción y un rechazo por su forma de hacer. Una estima por su transgresión de forma y fondo. Una fascinación por su puesta en escena tan estilizada como rompedora y por la belleza atípica y pluridimensional de sus imágenes. Tanto como por la complejidad y hondura de algunas de sus historias. Pero, desde su mirada violeta, le irrita profundamente su inveterada misoginia. En sus filmes no les ahorra a sus heroínas ningún estigma, ningún tormento, ningún desafecto. Con pocas excepciones. Un esquematismo en su visión de ellas – o mártires, o demonios, sin apenas matices – indigno de su inteligencia y que insulta la nuestra.

Esta su última propuesta, o el Volumen I, al que seguirá otro, –  tercera de la llamada trilogía de la depresión, junto a ‘Anticristo’ y ‘Melancolía’ – no es una excepción a lo escrito. Esta primera parte, de 117 minutos, estructurada en ocho capítulos, de la historia de una mujer en la cincuentena encontrada en un oscuro callejón en muy mal estado, víctima de una paliza, por un caballero solitario – tan culto como comprensivo y encantador – quien la atiende y a quien le cuenta el relato de su atormentada vida… Esta primera parte, decía, es un compendio de algunos hallazgos visuales y estéticos, marcas de la casa, pero también – desde quien esto firma – de sus peores y más recurrentes tics.

Porque es tan peculiar en algunas de sus ideas y escenas, como epidérmica y superficial. Porque busca la coartada culturalista y autoral a un producto pseudoporno. Porque carece de alma, de intensidad, de pasión. Porque, incluso aunque el distanciamiento esté buscado y su clave sea ¿irónica? su tratamiento del sexo es esquemático y maniqueo, mecanicista. Porque tiene un envoltorio resultón e incluso brillante – música, fotografía, efectos visuales… – pero vacío de contenido. Porque tiene un pésimo guión, firmado por el propio director,  que ni siquiera funciona a la contra. Porque se añora la transgresión de ciertas de sus cintas Dogma aplicada a un tema que la pedía a gritos. Vamos que lo más a contracorriente ha sido estrenarla, y verla, el día de Navidad.

Porque no se huele, ni se siente, ni se percibe el deseo. Porque el erotismo está ausente en ella. Porque es tramposa y se le nota la tramoya. Porque no tiene una evolución de los personajes. Porque es misógina, insultantemente misógina, hasta decir basta. Porque el serlo le resta complejidad, matices y riqueza argumental y estética. Porque es paternalista y condescendiente, jugando a lo contrario. Porque no hay quien se la crea, hablando en plata. Porque sus protagonistas – a excepción y con sus peros, del tándem Gainsbourg- Skarsgard e incluyéndolos también – son planos hasta la exasperación. Porque roza peligrosamente una pedofilia de la peor especie. Porque usted ni conoce, ni ama a las mujeres, señor von Trier. Y eso le pasa factura.

Así que esta es la modesta y minoritaria contribución crítica de quien esto firma a una película que, pese a todo, hay que ver. Aunque sea para odiarla.