Para quienes apoyáis siempre al blog y a la abajo firmante, a despecho de desalientos. Para Vita Lirola, creadora y artífice de Sevilla Cinéfila. Con toda mi gratitud.
Tres muy interesantes películas orientales han coincidido felizmente en un corto espacio de tiempo en el Cine Avenida. Dos japonesas y una de Hong Kong. A saber, ‘De tal padre, tal hijo’, de Hirokazu Kore-eda, ‘Una familia de Tokio’, de Yoji Yamada y ‘Una vida sencilla’, de Ann Hui. La primera, una de las que debatiremos en nuestra próxima tertulia del miércoles, 8 de enero, ya fue consignada en estas páginas. Las otras dos, son comparables en más de un sentido. Aunque, en este caso, haremos la crítica de la primera.
Ambas tienen en común los vínculos – en un caso, por biología y en el otro, por servidumbre -, el paso del tiempo, la vejez y la muerte. Pero su tratamiento, enfoque y narrativa son totalmente distintas. La primera se centra, como su título indica, en el núcleo familiar propiamente dicho y la segunda en el de adopción. La primera muestra el fastidio de unos hijos ante la llegada de sus padres de visita a la capital, no saben cómo, ni donde ubicarles y se desentienden de atenderlos, con una excepción. La segunda, por contra, muestra la gratitud de un hombre joven hacia quien le sirvió a él, a su hermano y a sus padres con lealtad inquebrantable durante casi sesenta años.
Además el protocolo formal de las relaciones que muestra la primera y la, otra vez tenemos que señalarlo, profunda sumisión e inferioridad de la mujer en el marco de la pareja y del matrimonio, con una excepción que además, nada casualmente, resulta un personaje más que antipático, es más propia de la cultura nipona. En la segunda, los personajes son más expresivos y se muestran más desinhibid@s y espontáne@s. Dentro de lo que cabe, claro.
Pero, vayamos por partes. ‘Una familia en Tokio’, de Yoji Yamada- cosecha del 31 – es una adaptación de una de las maravillas del maestro Ozu, ‘Cuentos de Tokio’. Obtuvo la Espiga de Oro en Valladolid. Su guión lo firman el propio realizador y Emiko Hiramatsu. Tiene 146 minutos de metraje y, como se ha citado antes, describe la conmoción que provoca en tres hermanos – dos hombres y una mujer, un médico, la dueña de un salón de belleza y un trabajador teatral – la visita de sus ancianos progenitores.
Sin llegar a la altura de su modelo, Yamada construye una cinta más que digna en la que resalta la importancia del afecto y de las afinidades frente a las ataduras de los lazos biológicos. De hecho, retrata con finura y sutileza los subterfugios de que se valen los hermanos mayores para eludir cualquier tipo de hospitalidad en el sentido más amplio hacia los padres. Ni siquiera las rígidas convenciones de la sociedad japonesa les impiden abandonar, por decirlo así, a sus progenitores a su suerte, en un cuchitril primero y en un hotel después, en una gran urbe que desconocen.
Y cuando la tragedia hace su aparición, se revelan igualmente las miserias de unos descendientes que no están a la altura. Sólo el menor, su chica y la hija política son suficientemente sensibles y compasivos. Como las mujeres que cuidan del matrimonio en la isla en la que residen. Resalta con ello, y muy bien, por cierto, la prioridad de los afectos frente a la biología. De los lazos frente a los compromisos forzosos y forzados.
No puede evitar, y no la critica, la profunda misoginia de la historia, ejemplificada en el personaje de la hija y en la subordinación de las cuñadas y de la madre. Desde una mirada contemporánea y violeta, resulta más que perturbador constatarlo y el relato se devalúa por dicho esquematismo argumental. No obstante, aunque no esté habitada por la intensidad, la lírica y la poética trágica de su modelo, merece verse.