La animalista que firma estas líneas, ha recomendado calurosamente en la entrada anterior la visión de esta película rusa, realizada por Sergei Parajanov, e integrada dentro del más que estimable ciclo seff365 que oferta, en el Teatro Alameda, el Festival de Cine Europeo de Sevilla. Y lo ha hecho porque sus referencias eran extraordinarias y está considerada como una joya cinematográfica.
La animalista que firma estas líneas, ha acudido esta noche a su proyección en el citado espacio, en el que no cabía un alfiler. La animalista que firma estas líneas ha tenido ocasión de comprobar por sí misma los valores de una obra única, transgresora, experimental y singular en su puesta en escena, estética, factura y belleza plástica. Valores todos integrados en un relato complejo, repleto de símbolos y sugerencias.
La animalista que firma estas líneas no considera arte, ni cultura, pese a lo escrito, a un relato fílmico en el que se torturan, se explotan, se usan, se abusan y se asesinan animales de diversas especies, con unas crueldad y sadismo inusitados. Con premeditación, alevosía, saña y gratuidad. De hecho, ha soportado la proyección hasta el final, aunque las tentaciones de haberse salido, en ciertas escenas particularmente brutales para su sensibilidad, hayan sido muchas.
La animalista que firma estas líneas está desolada porque, de haberlo sabido antes ni hubiera asistido, ni la hubiera recomendado. O lo hubiera hecho, advirtiendo de dichos inicuos y deplorables contenidos.
Escrito queda.