Dos mujeres se encuentran por primera vez en un imponente caserón, inserto en un espectacular paisaje siciliano, los días previos a la Pascua. Ambas son francesas, aunque una es italiana por la vía conyugal y de adopción. Podrían ser madre e hija, pero es un hombre lo que tienen en común. Hijo de la una y pareja de la otra. Un joven al que esperan, aunque solo la mayor sabe que no vendrá… Otro varón adulto, asistente de la anfitriona, es el inquieto testigo de esta ficción.
Las dos guardan un duelo en sus corazones. La primera, por una trágica pérdida. La segunda, por una presunta traición. Tímidas al principio, va instalándose entre ellas una intimidad creciente. Una complicidad especial, preñada de secretos y silencios. Sus intereses son diversos, aunque logran instalarse en un territorio físico y emocional impreciso en el que, aún saliendo de sus respectivas zonas de confort, se sienten a gusto y relajadas. Sin embargo, ese precario equilibrio no tardará en quebrarse.
El italiano Piero Messina, cosecha del 81, debuta en el cine con esta historia, fechada en 2015 y de 100 minutos de metraje. Firma también su guión, junto a Giacomo Bendotti, Ilaria Macchia y Andrea Paolo Massara. Su bellísima fotografía se debe a Francesco Di Giacomo. Basada libremente en dos cuentos de Pirandello.
Ayudante de realización de Paolo Sorrentino, posee su sello autoral, aunque sus temáticas sean tan diferentes. La elegancia de su puesta en escena, su profundidad de campo, su gusto por los detalles, sus planos tan abiertos y grandiosos, dan como resultado una factura suntuosa y deslumbrante. Tan impecable en los momentos íntimos, como en la descripciones visuales de las costumbres de una región tan atávica.
Incurre sin embargo, aunque no tanto como su, a juicio de quien esto firma, sobrevalorado mentor, en algunos excesos que nada añaden al relato. La procesión final, por ejemplo. Y, a veces, la frontera con el esteticismo autocomplaciente es muy difusa.
Pero ese formalismo no le impide crear una atmósfera especial entre dos mujeres profundamente heridas, pero que son capaces, en sus interrelaciones mutuas, por sutiles que sean, de reencontrar un cierto consuelo y, pese a todo, especialmente en lo que se refiere a la mayor, una reconciliación con el placer y la vida.
Ha contado para ello con una actriz prodigiosa, Juliette Binoche, y con una compañera que no la desmerece, Lou de Laáge. Entre ambas, sobrio y ajustado Giorgio Colangeli.
Con sus excesos y sus oquedades, una película sensible, hermosa y singular que debe verse.