Para quien esto firma, ha sido un comienzo de Festival atípico por la intervención en El Séptimo Vicio, que ya les detalló en la entrada anterior. Al perder la sesión de acreditad@s de ‘Tierra firme’, de Carlos Marqués-Marcet, la primera en proyectarse de la Sección Oficial, por esta causa, y no poder recuperarla en la Gala inaugural por carecer de invitación, optó por la última propuesta del transgresor e inclasificable cineasta ateniense Yorgos Lanthimos, cosecha del 73, integrada en la Selección EFA.
Coproducción anglo-irlandesa de 120 minutos de metraje. Su guión, inspirado libremente en la Ifigenia de Eurípides, lo escriben el propio director y Efthymis Filippou. Su espléndida fotografía es de Thimios Bakatatakis y en su hipnótica banda sonora coexisten tanto hermosos temas clásicos como los más chirriantes y opresivos. Mejor Guión en Cannes y Premio de la Crítica (Ex aequo), en Sitges. Con un reparto en estado de gracia en el que destacamos a un solvente Colin Farrell, a un magnífico Barry Keoghan y a una excelente Nicole Kidman.
La historia la protagonizan una familia, aparentemente, modélica y muy solvente formada por un cirujano y una oftalmóloga de éxito, con un@s irreprochables y bellísim@s hija adolescente e hijo menor, a quienes todo les sonríe hasta que la amistad protectora del hombre con un chico de 16 años, a quien está vinculado por un drama, hará que sus vidas se deslicen hacia el abismo.
Entre el thriller, el thriller psicológico y los toques fantásticos y sobrenaturales, Lanthimos nos revela toda su despiadada crueldad, toda su insondable negrura aliadas a una suntuosa, elegante y potente puesta en escena nunca gratuita, ni esteticista, al servicio de una historia perturbadora y feroz. Una historia no necesariamente inteligible en su totalidad, pero pródiga, tanto en sugerencias simbólicas, como en una inmisericorde disección de la alta burguesía contemporánea y su incapacidad para experimentar emociones auténticas.
Con ecos, como se ha señalado acertadamente, de Kubrick, Haneke o Lynch, el realizador tiene, no obstante, sus señas de identidad muy marcadas, personales e intransferibles, para lo mejor y para lo peor. Esta se inscribe en el primer caso por méritos propios. Lanthimos en estado puro, sin manual de instrucciones, en plenitud de forma y con notables cargas de profundidad. Salgan de su zona de confort y no se la pierdan.