El Frente Nacional de Liberación de Córcega es una organización armada que combinó el nacionalismo independentista con el marxismo-leninismo. Tuvo su máximo apogeo en los años 90, en los que llevaron a cabo un millar de atentados contra todo tipo de personas, empresas y establecimientos relacionados con el Gobierno francés en la isla. En esa década, se enfrentaron sus distintas corrientes en una guerra abierta que dejó 15 muertos y varios heridos. El 25 de junio de 2014 anunció su abandono de la lucha, su progresiva desmilitarización y su salida de la clandestinidad. Fuente: Wikipedia.
El realizador de esta nacionalidad Thierry de Peretti, cosecha del 70, da cuenta en esta película a concurso de los tiempos más álgidos de esta guerra sin cuartel, a través de la figura de un estudiante que, a raíz de ser encarcelado por transportar armas, se radicaliza y afilia, junto a sus amigos más cercanos, a la facción más presuntamente teórica y de izquierdas, lo que no les impide mancharse las manos de sangre en una espiral de violencia fratricida y letal.
Y lo hace sin épica, ni lírica, ni acción, ni espectáculo. Y lo hace con una crónica demoledora de esos años de plomo, en los que el idealismo y el más exaltado amor a la patria se aliaron con la delincuencia, la codicia, las traiciones y los intereses de unos líderes que jugaron a un ajedrez criminal teniendo como peones a la mejor juventud militante. Jóvenes en el tablero, sí, pero no inocentes, pese a que sus ideales e ideología les servían como coartadas morales de sus asesinatos. Cómplices, verdugos y víctimas, por amor a la Patria…
Protagonismo masculino plural, en esta oscura historia en la que las mujeres no son sujetos a parte entera y solo existen en referencia a sus relaciones con los guerreros. Madres, novias, amantes, esposas… víctimas también de la dinámica que ellos crearon y del machismo del que estaban impregnados. ‘A violent life’ no necesita enfatizar, ni subrayar, para mostrar toda esa complejidad de hechos y circunstancias, de historias y de Historia. Con un final, además, abierto e inquietante.
Producción francesa, de 107 minutos de metraje. Dedicada al padre del director quien también firma el guión, junto a Guillaume Breaud. La excelente fotografía, teñida de la negrura de la historia, se debe a Claire Mathon. Y el reparto, tan desconocido como solvente.
No dejen de verla.