Archivo mensual: junio 2018

‘El orden divino’: La plena ciudadanía

Año de gracia de 1971.  En los tiempos de la eclosión hippie, de los Movimientos por los Derechos Civiles, de la revolución sexual, de los Panteras Negras, de la liberación de las mujeres, de los Festivales de música más icónicos del mundo y sus mític@s intérpretes, de las revueltas estudiantiles contra una guerra injusta, de la filosofía, también política, de las flores, la paz y el amor… las ciudadanas suizas aún no han conseguido el voto. O lo que es lo mismo, aún no  son consideradas por la ley como sujetos de derecho con todas las consecuencias.

En un pueblo rural y pequeño de ese país, ajeno a tales acontecimientos, vive Nora -otro guiño significativo, como el nombre de la homónima y mítica protagonista de ‘Casa de muñecas’, de Henrik Ibsen – que ha dejado de lado cualquier inquietud personal para centrarse en el cuidado de su cónyuge, su suegro y sus dos hijos varones. Al comunicarle el marido su ascenso y ella que quiere trabajar a tiempo parcial, él se niega, con el orden jurídico y divino de su parte. Es entonces cuando, apoyada por algunas vecinas, familiares y amigas, se planteará abanderar allí la causa sufragista, por tanto, feminista con todas las consecuencias.

96 minutos de metraje. Fechada en 2017. Escrita y dirigida por Petra Biondina Volpe. Su estupenda fotografía, que revela muy bien la textura de la época, es de una mujer, Judith Kaufmann y su banda sonora, de la que se puede decir otro tanto, de otra, Annette Focks. Entre sus reconocimientos están el Premio del Público, el Nora Ephron para su realizadora y el de la Mejor Actriz para la excelente Marie Leuenberger, en el Festival de Tribeca.

Estamos ante una comedia dramática coral, con una puesta en escena y narrativa convencionales, con toques costumbristas, y sin ningún aliento épico o radical. Esto por delante. Pero tiene el enorme valor de reivindicar la memoria histórica de esas sufragistas contemporáneas desde su lucha en lo cotidiano, en sus parejas, en sus hogares, con sus hij@s y desde un entorno tan cerrado y claustrofóbico como ferozmente machista.

Pero tiene el enorme valor de resaltar su fuerza, su generosidad, su empatía, la sororidad tan cálida que se establece entre ellas y su determinación e incluso en algunos casos, sus contradicciones e ingenuidades. Porque, pese a su tónica amable y con encanto, no deja de tener las aristas más duras frente a las desproporcionadas reacciones – maltrato, vejaciones, insultos y violencia físicas y psicológicas – de unos hombres que son capaces de cualquier cosa por conservar su poder. Por preservar el mito del citado orden divino, al que hace alusión el título, por el que cada sexo debe ocupar un lugar inmutable en el mundo.

Porque es didáctica en el mejor de los sentidos posibles, autoconocimiento corporal y sexual de las protagonistas incluidos, tiene toques de humor y ofrece resoluciones diversas a esas huelguistas que combatieron por la plena ciudadanía y sus derechos fundamentales. Gracias a ellas estamos aquí.

Véanla.

‘En cartelera’: Adaptaciones literarias, secuelas, casos reales, armarios…

Profusión de estrenos en este viernes que le queda a junio. Sobre el papel, dadas las referencias que las preceden, podemos destacar seis películas de interés. De entre ellas, cinco pueden verse también en sus versiones originales. Las comentaremos por este orden: una francesa, una británica, dos norteamericanas, una canadiense y una española.

La primera es ‘Nos vemos allá arriba’, de Albert Dupontel. Adaptación de la novela homónima de Pierre Lemaitre, Premio Goncourt 2013, en la que dos supervivientes de la I Guerra Mundial montan una estafa en torno a los monumentos en honor a las víctimas de la contienda. Excelentes críticas avalan su visión.

La segunda es ‘En la playa de Chesil’, debut tras la cámara del prestigioso director teatral Dominic Cooke. Otra adaptación literaria., Esta vez de la novela homónima de Ian McEwan. Ambientada en los años 60 del pasado siglo, sigue a dos jóvenes veinteañeros, de distintas extracciones sociales, que se enamoran y contraen matrimonio. Pero lo que ocurre en la noche de bodas en el lugar del título marcará sus vidas para siempre. Ha gustado mucho y no hay que perdérsela.

La tercera es ‘A la deriva’, de Baltasar Kormákur. Basada en una historia real en la que una pareja se hace a la mar en un velero, sorprendiéndoles una tormenta. Al resultar herido él, la supervivencia de ambos estará en manos de ella. Ha gustado, en general, con ciertas reticencias pero habrá que darle una oportunidad.

La cuarta es ‘Sicario: El día del soldado’. de Stefano Sollima. Secuela de la que firmara en 2015 Denis Villeneuve, la han encontrado digna y potente, aunque no a la altura del original. En cualquier caso, merece la pena comprobarlo.

La quinta es ‘Closet Monster’, de Stephen Dunn. La historia sigue a un chico gay – de entorno homófobo y familia disfuncional – que sueña con labrarse un futuro profesional y vital en Nueva York. La preceden excelentes reseñas y no hay que obviarla.

Y la sexta es ‘Casi 40’, de David Trueba. Biznaga de Plata en el Festival de Málaga, en el que recupera a los protagonistas de su ópera prima ‘La buena vida’ (1996), Lucía Jiménez y Fernando Ramallo, y a sus respectivos personajes, más de veinte años después. Ha interesado y debe verse.

‘Hereditary’: Propiedad condenada

Quien esto firma no es, ni mucho menos, una experta en el cine de terror, aunque sea asidua al género. Tiene claro también que, en su personal e intransferible opinión y por poner solo algunos ejemplos, prefiere la sutileza antes que la obviedad en el tratamiento. Prefiere una gradación inquietante antes que sobresaltos abrumadores. Prefiere un mayor cuidado en los personajes antes que en los efectos especiales. Prefiere las elipsis y el fuera de campo antes que las vísceras. Prefiere también que las criaturas espectrales sean respetadas y l@s villan@s, más complej@s.

Algunos de tales ingredientes los ha encontrado en ‘Hereditary’ – producción norteamericana de 126 minutos de metraje, escrita y dirigida por Ari Aster, cosecha del 87, que debuta en el cine con ella. Su excelente y matizada fotografía la firma Pawel Pogorzelski y su no menos idónea banda sonora, Colin Stetson – que combina las casas encantadas y lo sobrenatural, con toques maléficos y con los usos del cine independiente, en esta historia sobre una familia compuesta por madre, padre, hijo e hija que reciben una herencia envenenada – en forma de propiedad inmobiliaria -a la muerte de la abuela materna, de inquietante y poderosa personalidad.

Y los ha encontrado especialmente en su primera parte. Desde ese brillante comienzo con la esquela y el posterior funeral. Desde la descripción de los efectos en cada uno de los cuatro personajes centrales de tal desaparición. Desde la mirada de su hija, y madre de la chica y el chico, hilo conductor de la historia, mirada cómplice y atormentada de l@s espectadores-as, tan lúcida como (auto)destructiva. Desde esa catarsis familiar tras otra pérdida que impulsa ella, una magnífica Toni Collette a quien secundan muy bien Gabriel Byrne, su contrapunto, con su empaque habitual, Alex Wolff y Milly Shapiro.

Desde las miniaturas de la casa y sus habitantes integradas y casi tomando vida en la mansión. Desde el grupo de duelo, donde conocemos los antecedentes de la protagonista. Desde las informaciones sobre las personalidades de este grupo humano que se nos van suministrando progresiva y paulatinamente. Desde las presencias que, estando, no se manifiestan más que veladamente. Desde su puesta en escena, tan lógica como esquiva, tan elegante al principio como barroca y truculenta luego.

Ahí está uno de los errores de ‘Hereditary’, para quien esto firma, esa ruptura con el tono y el ritmo anteriores para precipitar los acontecimientos en un final – con ciertos guiños a ‘La semilla del diablo’ – desmesurado y carente de una mínima congruencia. Carente de una exigible lógica narrativa también en este terreno proceloso.

Pero, en fin, una película interesante que merece verse.

‘Granny’s Dancing on the Table’: El orden patriarcal

Esta propuesta que nos ocupa – producción sueca fechada en 2015, de 89 minutos de metraje, escrita y dirigida por Hanna Sköld, cosecha del 77, con una banda sonora, que suena mínimamente, firmada por Giorgio Giampá y cuyas inquietantes imágenes se deben a Ita Zbroniec – Zajt – es la primera que distribuye y da a conocer la empresa sevillana Cocodrila Films cuyo objetivo es: «conectar a audiencias comprometidas con la sociedad con obras audiovisuales que muestren esos problemas reales… concienciar mediante la educación y a través de películas con valores… películas que asumen riesgos notables en cuanto a contenido, narrativa, forma o técnica y logran sortearlos»

Y a fe que ‘Granny’s Dancing on the Table’ cumple con tales requisitos. Arriesgada e innovadora de fondo y forma, mezcla imágenes reales con  stop motion para narrar la terrible historia de Eini, una chica subordinada a su feroz y tiránico progenitor con quien vive aislada del mundo, en una situación límite que la lleva a anularse de tal modo hasta llegar a perder su identidad. Mientras, va recordando el pasado familiar en imágenes animadas que, de alguna manera, explican – pero nunca justifican – como se ha llegado al siniestro y terrible presente.

Denuncia radical, sin concesiones, ni paños calientes, de la violencia machista. Del horror con el que el orden patriarcal oprime a las mujeres y que hunde sus raíces en los orígenes del padre verdugo y tirano, sometido a su vez y testigo impotente de las agresiones sufridas por la que, a todos los efectos, ejerció de madre con él.

La realizadora se sirve tanto de l@s muñec@s como de la vida cotidiana de los protagonistas  – magníficos Blanca Engström y Lennart Jähkel – con una puesta en escen desasosegante, con grandes silencios, planos fijos, sin apenas más diálogos que los imprescindibles o que la voz aniñada de la víctima relatando la historia de sus ancestros para este fin. Hasta llegar a la catarsis con la que concluye el relato, sin dejarnos apenas asideros.

Película diferente, valiosa, y necesaria. Con claves tanto del cuento de terror – pues de terror se trata – más siniestro, con toques de inocencia, como del drama nórdico más denso e intenso en el que las agresiones apenas si necesitan, ni muestran, gritos, ni subrayados. Porque el poder no requiere exasperación alguna para manifestarse en toda su ferocidad.

Quien esto firma, tiene que reprocharle la linealidad y repetición de algunas secuencias y situaciones aunque sea algo deliberado para forzar aún más nuestra incomodidad y desasosiego. Pero, aún así, cae en la reiteración innecesaria describiendo la convivencia entre los dos personajes centrales.

En cualquier caso, sean valientes y véanla.

‘Tully’: La mística de la maternidad

La combinación de Jason Reitman  – actor y director, de la cosecha del 77, con una filmografía irregular, pero con títulos estimables como ‘Up in the air'( 2009) en su haber – y Diablo Cody – cosecha del 78, guionista y bloguera – ha dado lugar a películas estimulantes como ‘Juno'(2007), por la que ella consiguió un Oscar,  y ‘Young adult’ (2011), que protagonizaba también Charlize Theron. Y, como dicen que no hay dos sin tres…, esta es la tercera.

Cody conocía el tema de primera mano pues – según fuentes de la página ESPINOF – escribió la historia después de dar a luz a su tercer hijo. Por ello, y porque también es una de sus señas de identidad, retrata tan bien en ‘Tully’ – de 94 minutos de metraje, con una muy matizada fotografía de Eric Steelberg y una buena banda sonora de Rob Simonsen – la antítesis de la mística de la maternidad, con la inestimable complicidad tras la cámara de Reitman.

En efecto, desde el minuto uno sabemos que, en esta propuesta tan particular, el ejercicio de ser progenitora a parte entera y prácticamente en solitario – pues su marido no es un mal tipo pero sí un padre, y un compañero, ausente – iba a ser tan duro, agotador y alienante para Marlo – una espléndida Charlize Theron, que engordó 20 kgs para este rodaje – que afronta la recta final de su embarazo y la crianza, con el plus de dos hijos más, una niña sin problemas y un chico lleno de ellos, tan adorable como insufrible.

Realizador y guionista introducen el escalpelo sin anestesia para retratar el tremendo día a día de esta mujer inteligente, cultivada y profesional de baja, que no tiene existencia propia, a la que su cuerpo y su mente no le pertenecen y cuyo microcosmos de colegios, rabietas, deberes, extractores de leche, pañales, lavadoras, insomnios, lactancia a parte entera, centros educativos que no quieren asumir a un niño difícil, el trabajo doméstico,  el desaliño, el infinito cansancio, estrecha sus horizontes cada vez más… hasta que su hermano, un hombre de éxito, con una esposa irreprochable le regala una niñera nocturna – estupenda Mckenzie Davis, cuya química con Theron es incuestionable – y su modus vivendi cambia radicalmente.

La relación, profesional y personal, de dos mujeres que se ayudan y estiman mutuamente, con la noche por testigo, en un hogar en el que el buen hacer, tan peculiar y sui géneris, de la trabajadora que suponen y un antes y un después para la protagonista, junto al empoderamiento resultante de ella y a la complicidad integral entre ambas están muy bien descritos … hasta que un giro narrativo osado, pero no bien desarrollado, lo desestabiliza todo.

Para quien esto firma, además, resultó decepcionante, más bien inverosímil y chocante, en contraste paradójico con el tono hiperrealista, por llamarle de alguna manera, anterior y con un final complaciente también escasamente creíble.

Pese a todo y por todo, no deberían perdérsela.

 

‘Con amor, Simon’: Armarios juveniles

Uno de los valores de esta película – producción norteamericana de 110 minutos de metraje, dirigida por el guionista, productor y realizador de cine y televisión, Greg Berlanti, cosecha del 72, neoyorquino de ascendencia italo-irlandesa, con guión de Isaac Aptaker y Elizabeth Berger, sobre la novela de Becky Albertalli, con una luminosa fotografía de John Guleserian y una banda sonora acorde con la trama, además de temas musicales reconocibles, de Rob Simonsen – es que es un producto digno y reivindicativo, aunque apenas sin aristas, comercial y dirigido a un público especialmente juvenil y adolescente.

Porque cuando tantos chicos se inician en la sexualidad con la pornografía y consumen subproductos audiovisuales que, además de ferozmente machistas, son homófobos, este relato  – sobre un joven de 16 años que mantiene en secreto  su opción sexual, pese a tener unos progenitores afectivos y respetuosos, consideración en su instituto y excelentes amistades… hasta que unos correos que llegan a las peores manos le complican la vida y precipitan las cosas – puede ayudarles a empatizar con las víctimas del heterosexismo y, de paso, a normalizar  el hecho LGTBI que, aún en pleno siglo XXI, es una asignatura pendiente. Reivindicando también los finales felices en su caso.

Filmada en clave de comedia romántica y de enredos, que son excesivos en su parte final, solo por lo anteriormente escrito merece la pena verla. Además tiene encanto, frescura y una reflexión, si bien ligera, sobre el rechazo que aún genera la homosexualidad, incluso en los ambientes más privilegiados y presumiblemente cultos. Y  también unos protagonistas dignos, complejos y nada caricaturescos. No cayendo tampoco en la mitificación del personaje central que resulta, aunque sea en legítima defensa, cómplice de las artimañas de un tipo más bien detestable y manipulador.

En el saldo negativo, destacamos su falta de garra y mordiente respecto al entorno, aunque tenga momentos divertidos e irónicos, su esquemático y acrítico tratamiento del romance juvenil y ciertos tics sexistas para con las chicas. Por cierto, todo el reparto funciona muy bien desde Jennifer Garner y Josh Duhamel, hasta la gente más joven, con especial hincapié en el protagonista Nick Robinson.

Así que, se repite de nuevo, deberían verla.

‘En cartelera’: Dos miradas feministas

En la nueva oferta de la cartelera de este primer viernes del verano destacamos cinco películas, que pueden verse también en su versión original, y entre ellas dos miradas feministas de mujer que comentaremos en penúltimo y último lugar. Por este orden, tres norteamericanas, una sueca y una suiza. Todas ellas, a tenor de sus referencias, del máximo interés.

La primera es ‘Hereditary’, de Ari Aster. Sobre una galerista que recibe una herencia inmobiliaria aterradora y poblada de fantasmas a la muerte de su madre. La han definido como escalofriante, original y asombrosa. No deberían perdérsela.

La segunda es ‘Con amor, Simon’, de Greg Berlanti. Basada en la novela homónima de Becky Albertalli, narra la historia de un adolescente que oculta su homosexualidad, pero al que unos correos electrónicos equivocados complican la vida. La han descrito como conmovedora y reivindicativa. Hay que verla.

La tercera es ‘Tully’, de Jason Reitman. Una comedia ácida sobre la maternidad, protagonizada por Charlize Theron que ha recibido elogios unánimes y no debe obviarse.

La cuarta es ‘Granny’s dancing on the table’, de Hanna Skold. Sigue a una mujer apartada del mundo, y alienada hasta en su identidad más íntima, por un padre severo y cruel. Una mezcla de imágenes reales y animadas dura, valiosa y necesaria, que no hay que perderse.

Y la quinta es ‘El orden divino’, de Petra Biondina Volpe. Describe la revolución feminista y sufragista de una ama de casa de un pequeño pueblo al negarse su marido a que trabaje. En la Suiza de 1971, en la que las mujeres aún no podían votar. Tres Premios, incluyendo el del Público, en el Festival de Tribeca y excelentes críticas la avalan. Hay que verla sí o sí.

‘El repostero de Berlín’: Dulces y duelos

Con películas como esta, se recupera el placer . y no solo el compromiso de estar al día y escribir sobre ello – integral de ver cine, a nivel sensorial, intelectual y crítico. Con películas como esta, que tiene una factura impecable y una puesta en escena elegante – en la que lo sugerido, el fuera de campo, las elipsis, los fundidos en negro son tan, o más, importantes, que lo mostrado – las expectativas no son defraudadas. Con películas como esta, que no engañan, ni hacen trampas, no puede sentirse el morbo culpable de ciertas perversiones cinéfilas.

Con películas como esta – producción alemana, fechada en 2017, de 104 minutos de metraje, ópera prima escrita y dirigida por el israelí afincado en Alemania Ofir Raul Graizer, cosecha del 81, bellamente fotografiada por Omri Aloni y con una muy buena partitura de Dominique Charpentier – tu atención no se dispersa, sino que se fija en la pantalla desde el primer minuto.

Con una historia como la que retrata – un joven repostero alemán, que entabla una relación con un ingeniero israelí, que muere en accidente, y que decide ir a Jerusalén para integrarse, sin desvelar su identidad, en la vida y en la familia, mujer y un hijo del desaparecido, en la pastelería de ella revelando su talento como repostero y chocando con los rígidos principios religiosos del cuñado, hasta que… – sino cómo la retrata.

Así es. cómo la cuenta. Sin dar más datos de los precisos en un arranque muy minimalista y sobrio, hasta que van desvelándose, paulatina y progresivamente, antecedentes y secretos imprescindibles que permiten recomponerla íntegramente y en toda su complejidad. Que te permiten un acercamiento a los protagonistas – excelentes Tim Kalkhoff y Sarah Adler, tan parecida a Charlotte Gainsbourg… – y una crítica al fundamentalismo judío nada complaciente  encarnado muy bien por el detestable personaje de Zohar Strauss.

En esta entrada no va a revelarse nada de la trama, más que la mínima sinopsis anteriormente citada. Pero sí que da cuenta del duelo, tan diferente, de dos hermosas personas, diversas y afines, en el que la una pretende acercarse a la otra vida del amante perdido para siempre y la otra, que sabe y que ignora, recuperar su vida afectiva. Con las difíciles relaciones germano-israelíes y una deliciosa repostería prohibida de fondo. Y ese final…

Quien esto firma, les recomienda encarecidamente que no se pierdan esta hermosa, sensible, diferente, sutil, delicada y emotiva película. No lo lamentarán.

 

‘En tránsito’: Tierra de nadie

He aquí una película nada convencional -producción alemana, de 101 minutos de metraje, con una excelente fotografía de Hans Fromm y una banda sonora, que acompaña y no apabulla, de Stefan Will –  que parte de la prestigiosa novela  de Anna Seghers (1900-1983) y que filma y escribe el guión, adaptándola al cine, un realizador nada al uso como Christian Petzold, cosecha del 60, uno de cuyos filmes es ‘Barbara’

Quien esto firma, desconoce el libro – editado en España como ‘Tránsito’ por RBA – pero sí ha leído su reseña, firmada por Luis Fernando Moreno Claros, en el blog Ciudad de Azófar. En ella se nos cuenta que su acción transcurre durante la II Guerra Mundial, entre 1940 y 1941  en Marsella, como vía de escape a Ultramar, donde miles de personas refugiadas y con las vidas rotas, se hacinan en hoteles y cafés donde esperan visados y salvoconductos para huir del horror.

Entre ellas está el protagonista, superviviente fugado de un campo, que casualmente suplanta la identidad de un escritor y con ella consigue el permiso de viaje a México. Mientras, conoce a la viuda, que no sabe que lo es y busca a su marido y se enamora de ella.

Todo lo narrado en la sinopsis de la obra es recogido por el director de la película que, como se ha comentado muy bien y es obvio, tiene resonancias de ‘Casablanca’ entre otros referentes. Pero lo que la hace radicalmente diferente es que Petzold la ha convertido en intemporal. O mejor aún, en contemporánea pero con dicho protagonismo histórico. Eso la convierte en una propuesta muy singular y a su crítica al trato a las personas perseguidas, y refugiadas – hoy es el Día Mundial del Refugiado… – en algo más universal, aunque su mensaje sea menos emocional y más abstracto.

La voz en off que la preside es tan interesante y sugerente como, otras veces, lineal y reiterativa. Pero sabe componer un atmósfera de fatalidad y desesperanza que la recorre en todo su metraje, pese a cierta confusión en su línea narrativa. Si bien se añora algo más de lirismo e intensidad,  se trata de un retrato coral y singular tan artificioso como único.

Solo les cabe verla hoy o mañana en el único cine donde la proyectan lamentablemente doblada. Háganlo.

‘Marguerite Duras, París 1944’: El dolor

Según fuentes de la imprescindible Wikipedia, la muy prestigiosa escritora, guionista y realizadora francesa Marguerite Duras ( Saigón, 1914 – París, 1996 ) contaba tan solo con 25 años cuando se casó con su colega y líder de la Resistencia Robert Antelme, con el que compartió lucha y militancia durante la ocupación de su país por los nazis.

Pero cuando el autor fue apresado en una emboscada, junto a miembros de su célula, y enviado sucesivamente a los terribles campos de exterminio de Buchenwald y Dachau, ella hizo lo imposible por saber de él y liberarlo, hasta embarcarse en una aventura peligrosa. Lo narró en su novela ‘El dolor’, que escribió tras encontrar unos diarios suyos de la época y que es el título original de esta película y cuya historia cuenta.

127 minutos de metraje. La dirige y escribe adaptando el libro citado, Emmanuel Finkiel, cosecha del 61, actor, ayudante de dirección, guionista y realizador. Su fotografía es de Alexis Kavyrichine. Su reparto funciona, sobre todo en el caso de ese colaboracionista miserable pero sensible, que compone muy bien Benoit Magimel, y  muy especialmente en el de una magnífica Mélanie Thierry encarnando a la protagonista.

La autora usó como material narrativo principal su propia biografía pero nunca cultivó un estilo memorialista al uso sino, muy al contrario, una suerte de digresiones subjetivas, a modo de monólogos, en los que los hechos, las emociones, las percepciones, los recuerdos y las distorsiones de lo vivido se entremezclan y confunden. Es una de las señas de identidad más transgresoras y pioneras de su escritura.

El realizador ha sido fiel a dicha textura en un relato delicado y sutil, intensamente emotivo y personal, presidido por la voz en off integrada como un elemento dramático más. El tiempo y el país, la época, el momento histórico que se nos cuenta están tamizados por la mirada de una mujer atormentada por la culpa de ser una superviviente y decidida a todo por rescatar a un cónyuge al que, paradójicamente, le une más la lealtad que cualquier otro vínculo.

No hay épica, ni heroísmo aquí, aunque la clandestinidad, sus peligros y ciertos momentos de exaltación estén muy bien retratados. Lo mismo que una relación tan particular como la que mantiene con el enemigo político, pero admirador personal, muy bien descrita.

Lamentablemente solo se proyecta en un cine y doblada. Aún así, deberían verla.