‘Mimosas’ ha sido definida como un western sagrado. De hecho, su historia – de 96 minutos de metraje, cuyo guión se debe a su director, el franco-español Oliver Laxe, cosecha del 82, y a Santiago Fillol y con una impresionante fotografía de Mauro Herce – da cuenta de las peripecias de una caravana que acompaña a un hombre santo, anciano y moribundo, y luego a su cadáver, por el desierto marroquí del Atlas hasta su lugar de origen, donde pueda ser enterrado y honrado. Pero para los guías y una mujer sordomuda, hija de uno de ellos, será una dura prueba el empinado, pedregoso, resbaladizo y abrupto camino de las montañas.
Quienes, en realidad, ha debido de sufrir un infierno en semejantes rodaje y caminos, entre el calor más ardiente y las nieves invernales, son las mulas, caballos y burros atrozmente cargados con personas y fardos duros y pesados, que aparecen en el filme. Todas las veces que se escriba son pocas. Es de todo punto inaceptable el abuso y la explotación, no digamos ya la tortura y el asesinato, de animales en las filmaciones. En muchos países es, además, ilegal. Nunca estará justificado en nombre de la creación artística.
Este es un extremo fundamental para que quien esto firma se cuestione el valor de esta propuesta. Una propuesta dotada, sin embargo, de una belleza plástica impresionante, de unos paisajes tan vivos y majestuosos, otros protagonistas más…, que cortan el aliento y de una historia y de una puesta en escena singulares, sugerentes y a años luz de la narrativa más convencional y trillada.
Pero la espiritualidad de que hace gala se acerca peligrosamente tanto al fundamentalismo, aunque sea muy sui géneris, como a la misoginia que las teocracias conllevan. A una escena concreta, y muy brutal, de la que no va a hacerse spoiler, se remite. Y todo ello, junto al maltrato animal, resulta invalidante a despecho de sus más que estimables valores citados. Suena mucho, desde ya, como candidata a un galardón. Es evidente que, pese a todo y por todo, tienen que verla.