Quien esto firma, lamenta mucho dejar constancia en estas páginas de su deserción de esta película de sus admirados y comprometidos política y socialmente hermanos Dardenne. O lo que es lo mismo, de los guionistas, productores y cineastas belgas Jean Pierre, cosecha del 51 y Luc, cosecha del 54, Dardenne. Ambos con títulos mayores en su haber como ‘Rosetta’ (1999), ‘El hijo’ (2002), ‘El niño’ (2005) o ‘El niño de la bicicleta’ (2011).
Y ello pese a que tenía mucho interés en verla, puesto que el tema de la radicalización religiosa de un adolescente musulmán, europeo de segunda generación, con una madre viuda y unas hermanas aperturistas, presa fácil de un imán sin escrúpulos, le parecía de la más palpitante actualidad y del máximo interés.
Lo cierto es que la historia discurría como una inteligente crítica a tal fanatismo, con un profundo respeto a otras interpretaciones coránicas, y a la feroz misoginia que conlleva, como una de sus señas de identidad. Hasta que, sin hacer spoiler, y como consecuencia de un delito cometido por el protagonista, recala en un reformatorio que colabora con una granja…
A la animalista que esto firma le pareció indignante que se diera por bueno y rehabilitador que el chico trabajara en tal centro de torturas y explotación de animales. Porque se nos muestran a las vacas encadenadas y en batería; porque se nos muestra a los terneros apartados de sus madres desde el mismo momento en el que nacen; porque se nos muestra el ordeño industrial a destajo para sacarle la máxima rentabilidad a una leche que no debería ser destinada a la especie llamada humana; porque se nos muestran a estos animales inocentes tan cariñosos con sus opresores quienes, a su vez, nos son mostrados como personas amables y compasivas… No pudo seguir y se marchó.
Lástima que la conciencia de izquierdas no incluya, en el caso de sus autores y en el de una gran mayoría de personas, la conciencia antiespecista, que también es política. La conciencia de y por los derechos animales.
Para que conste, escrito queda.