El premiado y prestigioso guionista y director rumano Cornelio Porumboiu, cosecha del 75, está considerado uno de los representantes más paradigmáticos de la llamada Nueva Ola de la cinematografía de su país. En esta singular película nos muestra algunas de sus señas de identidad en el mejor y en el peor sentido. Ahora se entrará en ello.
Coproducción entre Rumanía, Francia y Alemania, de 97 minutos de metraje. Escrita por su realizador, con una fotografía que no destaca especialmente por su calidad, excepto en la traca final, de Tudor Mircea. Su factura, todo hay que decirlo, es bastante tosca aunque quien esto firma sospeche que es intencionado. La historia es un relato coral de policías, policías corruptos y mafiosos en la que uno de los servidores del orden, un doble agente, va a la isla del título para aprender el silbo, lenguaje no articulado pero muy preciso, y así descubrir dónde esconde uno de los delincuentes 30 millones de euros.
Articulada en epígrafes que hacen referencia a l@s protagonistas, es una mezcla algo indigesta entre thriller, políciaco, neo-noir y con numerosos guiños al cine negro norteamericano de los años 40 y 50. De hecho, una de las tres mujeres – todas muy listas, hay que decirlo – se llama Gilda y a fe que la cámara se recrea, incluso demasiado y objetalmente, en sus voluptuosidades. También aparece una secuencia de una película de Ford con John Wayne.
Por lo demás, la trama se complica innecesariamente sin ser compleja y el guión, especialmente en su tramo final, tiene vacíos creando situaciones tan inverosímiles como enrevesadas. Pero, eso sí, particular lo es un rato…
Escrito queda.