Esta película, de autor y de hondo calado, que ganó el Premio Orizzonti en Venecia y el Especial del Jurado en Tokyo, es una producción ucraniana de 106 minutos de metraje. Realizada por el productor y cineasta Valentyn Vasyanovych, cosecha del 71, quien firma también el guión y la espléndida fotografía. Ambientada en la Ucrania de 2025, un año después de una guerra, en la que un soldado tiene dificultades para adaptarse a la vida «civil», por llamarla de alguna manera.
Aún más cuando la fundición en la que trabaja cierra sus puertas pero, entonces, encuentra a un grupo de personas – entre ellas, una mujer por la que se siente atraído – que se dedican a rescatar e identificar cadáveres de las víctimas del conflicto bélico para darles una sepultura digna y a las familias el consuelo de recuperarlos. A partir de ahí, algo cambiará para él…
Rodada sin concesiones, con ritmo lento y planos fijos en su mayor parte, de enorme profundidad de campo en la que los personajes – que van definiéndose muy poco a poco – entran y salen de plano, mientras la devastación que les rodea y que nos es mostrada con austeridad en toda su negrura provocándonos una sensación de angustia opresiva.
Porque su firmante no necesita ningún subrayado – su factura es impecable, sus imágenenes y los relatos que van narrando son impresionantes – para denunciar la devastación, la destrucción total, después de una contienda que se adivina feroz en una terrible distopía futurista
La oscuridad, la ausencia total de cualquier forma de vida no humana, lo invaden todo. Un universo en el que la resignación, el trauma o la desesperación son caldos de cultivo para unas gentes, civiles y militares, sin futuro. O con el único futuro de la solidaridad como la asociación con la que conecta el protagonista.
Una de las propuestas más interesantes de mediocre Concurso. Deberían sumergirse en su narrativa lenta, radical, feroz y, de alguna manera, también poética y no perdérsela.