Érase una vez un país, Estados Unidos, donde en los primeros cuatro meses de este año de gracia de 2018 «se habían producido 69 muertes por motivos raciales, donde los policías suelen disparar a negros «sospechosos y desarmados», donde una cuarta parte de los afroamericanos que residen allí, 40 millones en total, vive bajo el umbral de la pobreza, donde la brecha salarial de estos respecto a los blancos se ha incrementado en un 40% en los últimos 50 años, con 4 millones de personas desempleadas y hasta un millón en prisión» Fuente: cineuropa
Con estos datos, el comprometido documentalista italiano Roberto Minervini, cosecha del 70, ha filmado este largometraje – coproducción entre Italia, Estados Unidos y Francia, de 123 minutos, con una espléndida fotografía en blanco y negro de Diego Romero Suárez-Llanos – con un protagonismo coral de personajes reales, con los que el director rodó en semanas anteriores para que se familiarizaran con la cámara, residentes en Louisiana.
Personajes tales como dos encantadores hermanos hijos de distintos padres y de una mujer soltera fuerte y consecuente. Como la dueña de un bar, que ha puesto en él todo su empeño y que, tras una durísima vida y sin tener educación reglada, abre su establecimiento a la solidaridad y a fomentar la conciencia política, pero… es desahuciada. Como los renovados, y nada agresivos pues van desarmados, pero radicales en la afirmación y conciencia de su etnia, Panteras Negras. Todo ello ambientado en el verano, particularmente sangriento para esta comunidad, en el que a uno de los asesinados se le decapitó también, de 2017.
A tod@s les muestra en su día a día maternal, filial, laboral, político, lúdico, militante con tanta fuerza como convicción. Pues este grupo humano comparte generosa, activa y libremente su rabia, sus denuncias, sus advertencias, sus heridas del pasado y sus normas de auto protección al haberse producido un salvaje asesinato, atribuido al KKK en su propio barrio.
Así, l@s Panteras claman, se manifiestan y reclaman justica visitando casa por casa y ofreciendo sus contactos telefónicos a sus vecinos. Se insiste, desarmad@s. Así, se pasean por él, reivindicándolo como territorio colectivo de color, con bicicletas iluminadas. Así, sabemos que los menores son conscientes, o les hacen serlo, de que pueden no llegar a la veintena en algunas malas calles…
No todo el material tiene el mismo interés. Pero, desde luego, hay que verla.