La imprescindible página Wikipedia describe así el Artículo 175 del Código Penal alemán: «fue una norma jurídica que estuvo presente en Alemania desde el 1 de enero de 1872 hasta 1969 – manteniéndola hasta el 11 de junio de 1994, únicamente en lo referido a las de personas adultas con niñ@s – cuyo contenido penaba las relaciones homosexuales entre personas de sexo masculino.
En total, unos 140.000 hombres fueron procesados bajo las diferentes versiones de este artículo y en 1935 el regimen nazi endureció su contenido incrementando la pena máxima de 6 meses a cinco años de prisión…
La República Democrática Alemana dejó de castigar la homosexualidad entre adultos a finales de 1950… pero la República Federal Alemana la mantuvo hasta la fecha citada de 1969, con el mismo rigor con el que se aplicaba bajo el nacionalsocialismo».
Esta película dura, relevante y valiosa, sigue a un hombre básicamente bueno y generoso, quedará constancia de ello a lo largo del metraje, que pasa varias décadas entrando y saliendo de la cárcel como consecuencia de su opción sexual. Que, por rebelarse ante las injusticias e intentar huir, fue encerrado varias veces en la tenebrosa y aterradora oscuridad de una celda de castigo – que en el filme se representa con dramáticos fundidos en negro mientras nuestro protagonista llora de miedo e impotencia – casi desnudo, pese al frío glacial y con un cubo para hacer sus necesidades.
Sigue a ese hombre, muy joven aún en ese espacio en 1945, recién llegado de un campo de prisioneros. Luego más maduro en 1957, en 1968 – que ese año mítico, que esa década llamada revolucionaria, coexistiera con tales represiones e infamias daría para otro capítulo – y observando incrédulo, y hasta decepcionado, la llegada de Neil Armstrong a la luna en 1969, con el resto de reclusos y con la libertad ya al alcance de su mano. Le sigue a él y a otros dos jóvenes que, en épocas distintas de ese largo cautiverio, fueron sus objetos de deseo por los que se arriesgó peligrosamente con caricias y besos furtivos y de amor apasionado, trágico en un caso y desprendido con un noble gesto suyo en el otro.
Pero también forjar allí una sólida amistad con un tóxicomano, rudo y asesino confeso, que primero le rechaza – porque los comunes no querían tener trato alguno con los homosexuales – y le maltrata hasta que se crea entre ambos un fuerte vínculo. Un vínculo que ayuda en el duelo, que protege de los enemigos interiores y de los feroces carceleros, incluso de los soldados norteamericanos vencedores, que cuida incondicionalmente cuando los síntomas del síndrome de abstinencia se hacen presentes… Una amistad masculina, sin connotaciones eróticas, muy intensa, por momentos muy conmovedora y bien retratada. Amigo y compañero con el que soñaba una fuga a la R.D.A, que hasta en eso la historia cuestiona clichés y lugares comunes al respecto.
Unos hombres inocentes privados de su libertad, tratados con una dureza extrema por funcionarios de distinto signo, por nazis y por aliados, cuyas vidas quedaron absolutamente marcadas. Tanto como, sin hacer spoiler, lo muestra ese final tan contundente y demoledor, sobre la vuelta a la libertad y a un mundo ajeno. Otro daño colateral añadido. Un drama carcelario que huye de tópicos porque incide en una página ominosa de la historia reciente, en una ley, en un artículo infame, que destrozó tantas vidas valiosas.
Coproducción entre Austria y Alemania de 117 minutos de metraje. La dirige y la escribe, junto a Thomas Reider, Sebastian Meise. Su excelente fotografía prueba el talento de una mujer, Crystel Fournier colaboradora habitual de Céline Sciamma. Su plantel actoral es magnífico con el eminente Franz Rogowski, Mejor Actor en Sarajevo, al frente, muy bien acompañado por el poderoso Georg Friedrich. Premio del Jurado en Cannes y Mejor Película en el citado Certamen de Sarajevo, todos los reconocimientos le son debidos.
Ni se les ocurra perdérsela.