La guionista, montadora y directora japonesa Chie Hayakawa, cosecha del 76, ha sido debutar en el largometraje con la película que nos ocupa y besar al santo. Efectivamente, obtuvo una Mención Especial del Jurado de la Cámara de Oro en Cannes y fue preseleccionada para representar a su país en el Oscar a la Mejor Película Internacional.
Ella estuvo, por cierto, presentando ‘Plan 75’ en la sesión de anoche pero a esta firmante le fue imposible quedarse al debate, aún sintiéndolo mucho. La historia remite a un futuro muy cercano, y lamentablemente muy realista, en el que el gobierno japonés, frente al envejecimiento de su población, ha aprobado una ley, materializada en el Plan del título por la que empresas y entidades ofrecen a las personas ancianas – a partir de los 75 años, de ahí el nombre del proyecto – una eutanasia activa, indolora y presuntamente segura y aséptica, «sin selección, sin examen médico y sin permiso de la familia. Cuanto más sencillo sea, mejor».
A cambio, les proporcionan una cantidad para que, a todos los efectos, antes de la «intervención» puedan cumplir sus últimas voluntades y deseos. A las personas jóvenes que «venden» y reclutan a est@s mayores en residencias o comedores sociales, pese a hablarles e informarles personal o telefónicamente, les sugieren que no se impliquen con ell@s. Por eso las llamadas, a estos efectos, tienen un tiempo limitado precisamente por, y a sabiendas de, la soledad que sufren sus «clientes».
Una vez hecho el «trabajo» se reparten los objetos personales de quienes fueron víctimas, porque sus «consentimientos» no fueron libres, de esos asesinatos legales, de quienes fueron inducidos a una eutanasia forzada. Pero dentro de este sistema aterrador – y lo más desasosegante es que aparece como tan cercano… – también hay grietas.
Y las hay en tres jóvenes también, a su vez, obligados a participar, directa o indirectamente, en la aniquilación de una generación considerada, a niveles sociales, económicos y políticos, como material de desecho. Uno con su tío ausente, que vuelve al hogar tras muchos años y acepta sacrificarse y dos chicas que se vinculan afectivamente con la protagonista – una inmensa, eminente, Chieko Baisho – quien se queda sin trabajo de camarera en un hotel, sin su mejor amiga, sin el apoyo de su familia y sin recursos por lo que decide, como les vende el stablishment, «elegir su muerte, ya que nadie puede elegir su vida». Pero…
La mirada de la realizadora se posa sobre una sociedad, sobre un país en el que las personas mayores ya no tienen sitio, en el que la productividad lo domina todo, en el que la asepsia al promocionar el exterminio de personas sanas, lo contamina y lo pudre todo moralmente. Aunque extraiga, tras tanta oscuridad, un atisbo de esperanza en su conclusión.
Y lo hace con elegancia, con sutileza, sin cargar las tintas, con esa impronta tan delicada sobre lo que verdaderamente importa, sobre las pequeñas cosas que hacen amable la existencia, tan deudora de los mejores cineastas, de los grandes clásicos, de su país. No es cualquier cosa para una debutante y eso la convierte en una directora a seguir.
Coproducción entre Japón, Francia y Filipinas, de 112 minutos de metraje. La fotografía muy bien, adecuando las tonalidades del relato, Hideo Urata. Destacan también en su reparto Hayato Isomura, Taka Takao y Yumi Kawai.
Deberían verla y sentirse interpelad@s por ella, sea cual sea su edad.