El británico Richard Billingham, cosecha del 70, es un prestigioso fotógrafo, pintor ganador de un Turner y profesor de arte, cuyo debut en el largometraje es esta película que nos ocupa – de 107 minutos de metraje, escrita por él mismo, con una magnífica fotografía de Dan Landin y un reparto más que notable y creíble, en el que destacar a los excelentes Tony Way y Ella Smith – un retrato de ficción basado en hechos reales, de sus padre y madre que ya habían sido objeto de otros trabajos suyos tanto en imágenes como en cortos.
Unos progenitores, situados en los márgenes sociales en la época particularmente salvaje con este tipo de colectivos como la thatcheriana de los años 80, malviviendo de subsidios y préstamos, con sus dos hijos de cuyas necesidades básicas sencillamente se despreocupan. El padre alcohólico, la madre algo menos pero igual, pasan gran parte de sus días, bien durmiendo, bien bebiendo, bien fumando, bien, en el caso de la mujer, resolviendo puzles, sin ejercer ningún tipo de vigilancia y cuidado hacia los menores.
Y esta es precisamente la violencia, las violencias. Una violencia – aquí, como en otros asuntos, este filme rompe muchos esquemas – pasiva, pero terrible. De desatención y desafecto en todos los sentidos, que provoca un grave riesgo en el pequeño. Una violencia institucional que lo permite y tolera, vía servicios sociales, hasta que casi es demasiado tarde. Una violencia compatible con el amor a los animales – a quienes nunca se daña, antes al contrario – pero a los que se utiliza demasiado en el relato y eso, para quien esto firma, es siempre agresivo.
Una violencia que tampoco se da entre una pareja que, superficialmente hablando, se tratan bien y de la que ella parece ser la más fuerte, por decirlo de alguna manera. Una violencia que alcanza a otro ser adulto vulnerable. Una violencia de clase y reflejada en la miseria más extrema. Un estado de cosas que genera la empatía con el niño indefenso de otras gentes trabajadoras que viven solo algo mejor…, pero en el paraíso para el chico. Sobre todo, porque le muestran el cariño del que carece en casa
Una situación extrema que alcanza al padre, visto años después, que envejece postrado en una cama, bebiendo sin parar y sin apenas comer, rodeado de unas moscas a las que va rescatando y dejando libres su vecino y único «cuidador» quien sostiene que ellas tienen derecho a vivir, como todo el mundo, excepto los negros…
Desoladora y terrible, inquietante y con una excelente puesta en escena, se toma su tiempo para narrar estos hechos. Pero – aunque le sobre algo de metraje – nunca es tiempo muerto, sino que los acontecimientos se suceden aunque la vida parezca pasar apenas por encima de ciertas personas.
Ni lo duden. Véanla.