Las películas de la guionista y cineasta francesa Rebecca Zlotowski, Oficial de la Orden de las Artes y las Letras – cosecha del 80, cuya ‘Grand Central’, que ganó el Premio François Chalas en su país, estuvo a concurso en el SEFF 2013 y otro el SACD al Mejor Film en Lengua Francesa para ‘Una chica fácil’ (2019) – están habitadas fundamentalmente por mujeres de edades diversas, sobre todo jóvenes y adolescentes, en diferentes momentos que suponen puntos de inflexión para ellas.
En esta que nos ocupa – quinta de su filmografía, sin contar con la reconocida serie para televisión ‘Les Sauvages’ (2019), que inaugura el Festival y cuyo guion también escribe – nos narra la historia de una mujer, Rachel, de 40 años, profesora de secundaria muy comprometida con su alumnado. En una de sus clases de guitarra conoce a Ali – solvente Roschdy Zem, en el papel más ingrato de la función – diseñador de coches separado y con una hija, Leila, preciosa y de arrebatadora naturalidad, y nace entre ellos un vínculo apasionado que implica también a la niña, de cinco años. Aunque ella quiere tener hijos propios y su reloj biológico avanza. Él, sin embargo, no está interesado. Los acontecimientos seguirán su curso y…
Es de admirar la precisión, el rigor, la sutileza, la intensidad, la madurez, la sabiduría y la complejidad con la que este relato fílmico está narrado. Su puesta en escena, tan delicada y deudora del mejor cine de autor/a de su país, nos va mostrando – con elipsis, fundidos en negro circulares y aperturas ad hoc – el desarrollo de una relación en la que la mujer lo pone todo y él bastante menos, por decirlo suavemente.
En la que las asimetrías del enamoramiento generoso y entregado de Rachel – judía, con una madre que murió cuando ella contaba con 9 años y una hermana a la que adora y que, con el tiempo, le dará un sobrino – es correspondido por parte de Alí poco más que por un erotismo y una sensualidad, que puede tomarse como afecto pero que no lo es exactamente.
La realizadora nos permite asistir a todas las fases de una relación en la que vamos descubriendo, poco a poco, cómo ella se ocupa de la niña, la recoge de sus clases de judo, está casi siempre disponible para él, duerme en su casa, pero no siempre se le permite despertarse juntos. Con la sombra de Alice, la ex y progenitora de la menor – a la que ella le va cobrando cada vez más afecto, con ambivalencia por parte de la chiquilla que, finalmente, se rinde a su ternura – porque es su madre.
Nos permite descubrir cómo se posterga a la protagonista – una inmensa, llena de talento y matices, Virginie Efira – en el cumpleaños de Leila, cómo debe incluso oir que todo gira en torno a ella, cuando es justamente lo contrario. Cómo él se aburre cuando ella la integra con sus amistades y colegas, cómo es su reacción ante un accidente…
Pero todo ello sin estridencias, ni subrayados, ni chantajes emocionales. Sin hacer nunca sangre, nunca, aunque revelando la insidiosa asimetría de un vínculo que presuntamente se da entre iguales. Tomando siempre partido por la mujer, desde luego. Con fluidez, lucidez y una enorme elegancia permitiendo a quienes la vemos sacar nuestras propias conclusiones.
Porque deja claro también, con una inmensa sabiduría, que no hay rivalidad entre Rachel y Alice: «Siempre nos sentimos culpables por los hombres… No eres tú quien me ha hecho daño, sino él», le comenta la primera a la segunda, estupenda y muy de agradecer la presencia de Chiara Mastroianni. Pese a la conclusión y con un final incluso demasiado generoso aunque abierto y bello.
También la muestra en su faceta profesional, con un profesor más joven muy interesado en ella, volcada con un alumno ante cuyo absentismo el claustro pretende no darle más oportunidades y al que ella defiende y luego… no se harán spoilers. En la familiar, por supuesto, con un trato muy cálido hacia sus seres queridos y en la médica, explorando sus posibilidades de concebir: «Me siento orgullosa de pertenecer a la especie de quienes no tienen hijos»… pero «Me gustaría formar parte de esa comunidad universal de quienes los tienen y de la que me siento excluída»
La animalista que esto firma sólo tiene que reprocharle a esta película de visión obligada una escena de caballos explotados por rentabilidad turística y otra de la doma de un toro por presuntos humanos a caballo, a las que asiste también la menor y sin ninguna intención crítica. Dos escenas que no deberían haber tenido cabida en este relato fílmico tan hermoso y sensible y que, a su entender, lo desmerecen.
Excelente la fotografía de Georges Lechaptois y la banda sonora, plagada de preciosos temas que suman y no restan al relato, de Robin Coudert. Ya se ha hablado de su guion, firmado por la realizadora, de su reparto y de su factura visual exquisita e impecable.
Buen comienzo del Festival. No se la pierdan.