Hay jornadas en el Festival en que coinciden dos películas con temas y estilos diferentes, pero con puestas en escenas similares. Hoy, por ejemplo, han tocado los planos fijos. Así en la española de Fernando Morais, ‘Los chicos del puerto,’ integrada en Las Nuevas Olas, y en la protagonista de esta entrada, de la Sección Oficial, la franco-taiwanesa, Gran Premio del Jurado en Venecia y con críticas superlativas, ‘Stray dogs’, de Tsai Ming-Liang.
Esta apuesta por una planificación lenta, morosa, en la que la cámara permanece y se mantiene en una escena durante minutos. O, lo que es lo mismo, abarcando y produciendo el efecto de una gran profundidad de campo, sea teniendo como motivo el paisaje o a los personajes, sea en primer plano o integrados en el entorno, es una de las señas de identidad del realizador y la película que nos ocupan. Incluso hasta la exasperación, incluso hasta la deserción, escalonada pero palpable, de un buen número de espectadores.
La historia, inequívocamente oriental, aunque la coproduzca Francia, sigue a un hombre al que acaba de abandonar su mujer y malvive en un contenedor junto a sus dos hijos. Estos prueban comidas en los supermercados, especialmente en una gran superficie, y vagan libremente por ahí. Entre tanto, el padre trabaja sujetando una pancarta -anuncio de una inmobiliaria – junto a una autopista, mientras rumia su dolor y desgarro ante su pérdida amorosa. Pero, inesperadamente, ocurrirán cambios en estas vidas marginales.
Esta sinopsis, así expuesta, parece dinámica pero nada más lejos de la realidad. No será quien esto suscribe quien niegue a la cinta una gran belleza plástica y una intensidad emocional, incluso extrema, en el protagonista masculino. No será quien esto suscribe quien le niegue cierto lirismo y una peculiar captación de ambientes diversos, en una urbe hostil a su ciudadanía más desfavorecida. No será quien esto suscribe quien le cuestione sus narrativas y estéticas transgresoras de fondo y forma.
Sí, pero… todo ello se ve nublado cuando el ejercicio de un estilo llevado al límite devora al propio relato, a lo que debería ser un mínimo desarrollo de los personajes y sus interrelaciones e incluso a la comprensión de sus conductas y reacciones. Todo ello es postergado aquí en aras de planos eternos e inamovibles sean de un espacio, sean de la naturaleza, sean de grandes superficies, sean de rostros en el acto de mirar, o devorar comida o llorar, o cantar o limitarse a ser pequeños puntos dentro de un gran entorno.
Y todo ello a las cinco de la tarde…